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Locura de la guerra en la trinchera: La neurosis de la Primera Guerra Mundial

La guerra pasa factura, tanto al cuerpo como al alma. La «locura de trinchera» es un fenómeno real. También llamada síndrome del corazón del soldado, neurosis de combate, fatiga de batalla o shock de las trincheras. La Primera Guerra Mundial la trajo consigo. Los soldados, sometidos a un estrés extremo, sufrieron graves problemas mentales.

Los estragos del trastorno se manifestaban en pesadillas recurrentes, hipervigilancia y sensación de peligro constante incluso fuera del combate.

La batalla de Maratón en el 490 a.C. marcó un hito en la historia, definiendo el destino de la Primera Guerra Médica entre griegos y persas. Los soldados de Atenas y Platea, unos 11,000, enfrentaron a más de 25,000 del imperio aqueménida.

Hipócrates y Heródoto, en épocas posteriores, documentaron las pesadillas y los síntomas de quienes sobrevivieron a esta batalla. En los Tercios de Flandes durante la Guerra de los Treinta Años, los soldados mostraron una incapacidad emocional generalizada. Los médicos de esa época investigaron, pero no hallaron heridas físicas que pudieran tratar

Las señales de la «locura de trinchera» son claras. En documentos, fotos y grabaciones de la Primera Guerra Mundial, se ven soldados con pérdida del habla, espasmos y miradas vacías. Este último síntoma, la «mirada de las mil yardas«, los hacía parecer como si estuvieran viendo más allá, hacia las trincheras enemigas.

La evidencia es innegable. Nunca antes tantos soldados sin heridas físicas habían sido incapaces de seguir luchando. La novedad de las técnicas de combate contribuyó al aumento de casos. En conflictos anteriores, soldados y comandantes sabían qué esperar de flechas, espadas, balas y cañones. Pero la Primera Guerra Mundial marcó el comienzo de la guerra moderna, un conflicto devastador.

La guerra moderna trajo consigo nuevas tecnologías mortales: ametralladoras, tanques, guerra submarina y aérea, y especialmente, gases tóxicos. Por ejemplo, en la Segunda Batalla de Ypres, soldados enfrentaron gas cloro asfixiante, dejándolos ciegos y quemando sus pulmones. Estas innovaciones redujeron drásticamente la esperanza de vida de los soldados, exponiéndolos a muertes brutales e inesperadas. A partir de entonces, el uso de máscaras de gas se volvió crucial para sobrevivir a los ataques químicos, aunque seguían siendo víctimas de las constantes innovaciones en combate desarrolladas por ambos bandos.

La locura de trinchera se desliza hacia el abismo del suicidio. Los soldados, como conejos en sus madrigueras, enfrentan el horror del enemigo. La quietud se rompe con la muerte de un compañero, seguida por el pánico al sonido del silbato, señal de salir y enfrentar al enemigo.

El estrés constante lleva al borde de la cordura. Pesadillas y falta de sueño confunden la realidad con los sueños. Algunos, atrapados en la pesadilla de la guerra, sucumben a impulsos suicidas.

El precio de la guerra se extiende más allá de las batallas. Los que sobreviven, marcados por el horror, luchan para encontrar su lugar en un mundo sin guerra, pero el daño emocional perdura, sumándose al trágico saldo de víctimas de un conflicto que les arrebató su paz interior.